Siempre que pienso en mi abuela Omama, me la acuerdo prolija, sonriente, correcta.
Esas señoras de antes.
Cuando venia a visitarnos yo la miraba detenidamente... como cuando el tiempo hace una pausa y el silencio dice presente.
Impecable, de camisa, pollera y tacos haciendo juego, sus carteras de cadena y su pelo gris.
Una sola vez la vi quejarse, ya pasaba los noventa, le dolía mucho la cadera y lo extrañaba demasiado a Carlitos.
Mi abuela me enseño muchas cosas en silencio, con solo mirarla.
Y de tanto en tanto sus lecciones eran explícitas, como esta.
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